Había una vez un pequeño llamado Sudi, a quien le encantaba gruñir a los tigres. “Ten cuidado. A los tigres no les gusta que les gruñan”, le decía su mamá. Pero a Sudi no le importaba y un día que su madre salió de casa, fue a dar un paseo a ver si encontraba a un tigre para gruñirlo.

En cuanto Sudi llegó al bosque, un tigre saltó y gruñó ‘Grr… grrrr…’, y Sudi le contestó de la misma forma: ‘Grr… grrrr…’.

¡El tigre estaba enfadado! “¿Qué se cree que soy?”, pensó. Así que al día siguiente, al ver acercarse a Sudi, saltó de un árbol y gruñó más fuerte que nunca. “Tigre bonito… ¡Buen chico!”, dijo el niño, acariciándolo.

El tigre no pudo soportarlo y se alejó a afilar sus garras. Se repetía “¡Soy un tigre! ¡Soy un tigre!”

Entonces fue a beber al estanque. Cuando terminó, miró su reflejo en el agua. Era un hermoso ejemplar, con rayas negras y una cola larga. Gruñó otra vez, tan fuerte que llegó a asustarse a sí mismo y salió corriendo.

“¿De qué huyo?”, pensó. “¡Vaya, este chico me ha trastornado! ¿Por qué le gruñirá a los tigres?”, agregó.

Al día siguiente, cuando pasó Sudi, lo detuvo para preguntarle por qué gruñe a los tigres.

“Bueno, dijo Sudi, en realidad porque soy tímido. Y si les gruño a los tigres, me siento mejor. Como son los animales más feroces del mundo, creo que quien les gruñe es porque tiene coraje y es valiente”.

El tigre ronroneó, amigablemente. “Eres un buen chico”, le dijo y luego lamió a Sudi. Después de eso, salían a pasear juntos con frecuencia y, de vez en cuando, se gruñían el uno al otro.

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Había una vez un pequeño llamado Sudi, a quien le encantaba gruñir a los tigres. “Ten cuidado. A los tigres no les gusta que les gruñan”, le decía su mamá. Pero a Sudi no le importaba y un día que su madre salió de casa, fue a dar un paseo a ver si encontraba a un tigre para gruñirlo.

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¡El tigre estaba enfadado! “¿Qué se cree que soy?”, pensó. Así que al día siguiente, al ver acercarse a Sudi, saltó de un árbol y gruñó más fuerte que nunca. “Tigre bonito… ¡Buen chico!”, dijo el niño, acariciándolo.

El tigre no pudo soportarlo y se alejó a afilar sus garras. Se repetía “¡Soy un tigre! ¡Soy un tigre!”

Entonces fue a beber al estanque. Cuando terminó, miró su reflejo en el agua. Era un hermoso ejemplar, con rayas negras y una cola larga. Gruñó otra vez, tan fuerte que llegó a asustarse a sí mismo y salió corriendo.

“¿De qué huyo?”, pensó. “¡Vaya, este chico me ha trastornado! ¿Por qué le gruñirá a los tigres?”, agregó.

Al día siguiente, cuando pasó Sudi, lo detuvo para preguntarle por qué gruñe a los tigres.

“Bueno, dijo Sudi, en realidad porque soy tímido. Y si les gruño a los tigres, me siento mejor. Como son los animales más feroces del mundo, creo que quien les gruñe es porque tiene coraje y es valiente”.

El tigre ronroneó, amigablemente. “Eres un buen chico”, le dijo y luego lamió a Sudi. Después de eso, salían a pasear juntos con frecuencia y, de vez en cuando, se gruñían el uno al otro.

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