Tras 10 años de haberse publicado y gracias al éxito en ventas, el reconocido periodista presenta una nueva edición de su libro más conmemorativo ‘Estación Final´, de la mano de Editorial Planeta, bajo el sello Tusquets. Y en esta nota publicamos en exclusiva el capítulo ‘Héroes desconocidos’, la historia de los hermanos peruanos Eleazer y Jabijo Assa que ayudaron a salvar vidas de cientos de prisioneros en un campo de concentración alemán, durante la Segunda Guerra Mundial.

Estación Final’ es una investigación que esclarece un capítulo, hasta ahora desconocido, de la participación directa de Perú en la .

Para la realización de este libro, fueron cinco años de una investigación que mezcla entrevistas, archivos y fuentes bibliográficas en el Perú, España, Estados Unidos, Israel, Grecia, Francia, Portugal y Turquía.

Hugo Coya, periodista y escritor. Autor del libro 'Estación final' (Tusquets).
Hugo Coya, periodista y escritor. Autor del libro 'Estación final' (Tusquets).

La obra entreteje en ocho crónicas la vida de peruanos que encontraron su paradero final en los campos de concentración de Sobibor y . Esta nueva edición contiene nuevas historias y testimonios inéditos de peruanos que ayudaron a salvar vidas durante la Segunda Guerra Mundial, como la del diplomático tacneño José María Barreto y de la arequipeña Isabel Zuzunaga.

Tal ha sido el éxito de este libro que será llevado al cine por una productora de Hollywood. Asimismo, se ha realizado un documental sobre este y una calle de la provincia de Cañete lleva el nombre de Héctor David Leve, peruanofrancés que luchó en el ejército galo en la Primera Guerra mundial; del mismo modo, se inaugurará un monumento a la memoria de Magdalena Truel en el distrito de Miraflores.

Hugo Coya presenta la décima edición de aniversario de su más notable investigación Estación Final
Hugo Coya presenta la décima edición de aniversario de su más notable investigación Estación Final

La presentación de la última edición de libro se llevará a cabo de manera presencial en el marco de la Feria del Libro del Bicentenario este sábado 20 de a las 7:00 p.m. en el Mario Vargas Llosa del Parque Kennedy, Miraflores.

Aquí un capítulo completo del libro:

HÉROES DESCONOCIDOS

  • Yo no hice ningún esfuerzo por ser héroe. Todos mis esfuerzos fueron por salvarme. G. GARCÍA MÁRQUEZ, relato de un náufrago
  • La prueba de una inteligencia de primera categoría es la habilidad de mantener dos ideas opuestas en mente al mismo tiempo y aún mantener la capacidad de funcionar. Ser capaz de reconocer, por ejemplo, que las cosas no tienen esperanza y aún así mantener la determinación de transformarlas. F.S. FITZGERALD, el crack-up

Era una hermosa tarde de primavera, el sol era esplendoroso y sus rayos se reflejaban en el dorso metálico de la locomotora, cuyo vapor se perdía en la inmensidad del cielo. Al abrirse por fin las puertas de los vagones, los cautivos tuvieron la extraña sensación de haber llegado a una linda villa: había abundantes árboles alrededor e incluso los pájaros cantaban. Pero el impacto de la belleza del panorama y de los suaves aromas que despedían las flores duró poco: la voz de un oficial nazi los devolvió a la realidad, y la realidad era todavía un enigma.

Halt...! ¡Hombres, a la derecha! Halt...! ¡Mujeres y niños a la izquierda! —gritó el alemán que los conduciría desde el Campo II hacia el Campo III, donde morirían.

Habían sido tres largos días de un viaje tortuoso. Muchos niños y niñas habían muerto en el camino por falta de alimentos y agua. Habían salido del territorio francés, cruzado toda Alemania y recorrido buena parte de Polonia hasta llegar allí. El destino inicial del convoy era Chełmno, pero finalmente no se detuvo ahí, sino que siguió su marcha rumbo a Sobibor, donde se encontraba el más pequeño campo de exterminio construido por los nazis.

Cuando el convoy se detuvo en la estación, una orquesta comenzó a tocar música festiva, como si se tratara de una fiesta o del arribo de algún personaje ilustre a un pequeño pueblo. La escolta y la mayoría de los trabajadores ferroviarios debieron bajar antes del convoy. Solo a un equipo especializado y de confianza de empleados de la Deutsche Reichsbahn [1] se le permitiría entrar en el campo. Sobibor estaba recubierto de misterio. Después una locomotora empujó los veinte vagones encadenados a través de la puerta del campo. Una vez descargados, los vagones serían recogidos y llevados a la parte trasera del campo. Dentro del campo, el tren se detuvo junto a la pista y los vagones fueron abiertos por los guardias ucranianos, quienes, al igual que otros ex prisioneros de guerra soviéticos, habían sido seleccionados para esa tarea, puesto que los nazis, en su mayoría, estaban dedicados casi exclusivamente al programa Aktion T4, de exterminio de discapacitados o de «eutanasia».

Los que todavía estaban vivos recibieron la orden de bajar de los vagones malolientes. El hedor era consecuencia del amontonamiento de cadáveres (muchos en avanzado estado de descomposición) y de la acumulación de excrementos. Se ignora cuántas personas llegaron vivas a Sobibor desde Drancy en ese convoy, pero sí se sabe que todos los agentes de la SS que servían allí se dirigieron a la recepción, en el Campo II, para atender su llegada. Un grupo de soldados revisó los vagones para constatar que todos hubieran bajado, así como para determinar quiénes no habían sobrevivido al viaje que los condujo, sin comida ni bebida, a través de más de 1000 kilómetros, entre Francia y Polonia. Les ofrecieron alimentos si se apuraban en cumplir con los procedimientos de ingreso en el campo sin generar problemas. Eso significaba que debían desnudarse rápidamente, entregar todas sus pertenencias y luego ingresar en grupos bien formados a la llamada «zona de desinfección», donde debían cortarse el cabello e higienizarse.

Un testigo clave del Holocausto, Yechiel Reichman, sobreviviente del campo de exterminio de Treblinka, dijo sobre ese terrible momento, repetido en todos los campos alemanes de manera casi idéntica, lo siguiente:

Miro a las víctimas y no puedo creer lo que ven mis ojos. Cada mujer se sentaba junto a un barbero. Frente a mí se sienta una mujer joven. Mis manos se congelan y no puedo mover mis dedos... Un amigo parado a mi lado me grita «¡Recuerda, te van a matar, el asesino te está mirando y tú estás trabajando muy lento!». Muevo los dedos de mi mano sucia, corto el cabello de la mujer y lo tiro en la maleta. La mujer se pone de pie... Otra ocupa su lugar... Ella sostiene mi mano queriendo besarla y dice «Se lo ruego, dígame, ¿qué van a hacer con nosotros? ¿Es el fin para nosotros?». Ella llora y me pregunta si la muerte será larga y difícil, si morirán con gas o por choque eléctrico. No le contesto... No puedo decirle la verdad y confortarla. Toda la conversación dura solo unos pocos segundos, el tiempo que tardo en cortarle el cabello. Volteo la cabeza porque me avergüenza mirarla a los ojos. El asesino que está parado cerca grita «¡Corte más rápido!». Así las víctimas pasan una tras otra y las tijeras cortan el cabello sin detenerse. Alrededor todo es llanto y gritos, y nosotros tenemos que ver todo y permanecer callados [2].


Luego de ser rapados, los prisioneros fueron conducidos por un pasadizo hacia donde supuestamente que daban las duchas. El testimonio de otro sobreviviente de Treblinka, Abraham Goldfarb, ilustra estos momentos:

En el camino a las cámaras de gas, a ambos lados del cerco, los alemanes se paraban con los perros... Golpeaban a la gente con látigos y con barras de hierro para que corriera, y la empujaban para que entrara a las «duchas» rápidamente. Los gritos de las mujeres podían oírse a lo lejos, en otras secciones del campo. Los alemanes apuraban a las víctimas que corrían con gritos de «¡Más rápido, más rápido, el agua se enfría y otros también tienen que usar las duchas!»[3].


Una jugada del destino

Era el 25 de marzo de 1943 cuando el convoy número 52 con sus novecientos noventa y siete cautivos arribó al campo de exterminio de Sobibor, en Polonia. Como todos los prisioneros que llegaban a los campos alemanes, y a Sobibor específicamente, los Assa ignoraban su destino, pero sospechaban un final irremediable. A último momento, un giro imprevisible esquivaría la muerte y Eleazar y Jabijo verían partir a sus padres y sus otros parientes.

Repitiendo la manera como venían operando, los alemanes de Sobibor habían decidido eliminar a todos los integrantes del convoy número 52 y comenzaron a ejecutar su plan. Ese plan les tardaría alrededor de novecientos noventa y siete minutos, es decir, un poco más de dieciséis horas. Eleazar y Jabijo estaban casi al final de la fila, aguardando su turno, al lado de los otros hombres de la familia, cuando ocurrió un hecho inesperado. Un oficial de la SS pidió voluntarios con buenas condiciones físicas para limpiar los vagones llenos de excrementos y cadáveres.

Kommen, Jude! —le dijo a Eleazar ante el desconcierto y el temor de todos—. Ich brauche Menschen, hart zu arbeiten [4]—agregó.

Estación del tren en el campo de exterminio de Sobibor adonde llegaban los convoyes desde el campo de Drancy.
Estación del tren en el campo de exterminio de Sobibor adonde llegaban los convoyes desde el campo de Drancy.

Eleazar conocía algunas palabras en alemán y quizá creyó que se le estaba abriendo una puerta que garantizaría su supervivencia y la del resto de su familia. Por eso intentó demostrar su buen estado físico, pese a la debilidad que lo agobiaba: llevaba más de tres días sin probar bocado ni beber. Sus esfuerzos rindieron frutos, y el oficial de la SS los escogió a él y a Jabijo. Ambos intentaron interceder por los otros Assa, pero fueron amenazados con retornar a la fila. Fue la última vez que los vieron. Después de escoger al grupo, el alemán gritó «Juden, laufen!»[5], y tuvieron que hacerlo mientras las ametralladoras apuntaban a sus cabezas.

Acabaron su trabajo casi al anochecer y los enviaron a una barraca. Pasaron la noche llorando, otra vez niños, ellos que ya tenían 22 y 21 años. Era demasiado terrible lo que habían visto y vivido en las últimas horas para conciliar el sueño, para abandonarse. Un nuevo convoy llegaría y eso los ayudaría a seguir con vida: otra vez los necesitarían para limpiar los vagones. Pero todo indicaba que las órdenes eran terminantes y que, tras concluir su misión, ellos debían morir como el resto de judíos.

Al día siguiente, con los primeros rayos de sol, la esperanza cobró forma y Eleazar y Jabijo fueron sacados a la fuerza de la barraca. El convoy número 53 había llegado. Esta vez, la labor del grupo integrado por los hermanos Assa fue retirar los treinta y ocho cadáveres de quienes no habían soportado el camino. Nuevamente, los cautivos del convoy recién llegado fueron divididos en dos grupos, uno de hombres, otro de mujeres —y con ellas, los niños y las niñas—, desnudados y conducidos, todavía ignorantes, hacia las cámaras de gas. Solo quince personas fueron seleccionadas para unirse al grupo de trabajo anterior y continuar con la macabra labor de limpiar los vagones de excrementos y cadáveres.

La llegada de convoyes a Sobibor se hizo rutina, al igual que la monstruosa ejecución del exterminio. Entre marzo y julio de 1943 arribaron diecinueve convoyes con cerca de treinta y cinco mil personas procedentes de Holanda.

El plan de escape

La situación en Sobibor cambió después de julio de ese año, cuando Heinrich Himmler, comandante en jefe de la SS, ordenó convertirlo formalmente en un campo de concentración. Los prisioneros tomaron esa decisión como un mensaje fatal y terminante: que nadie tendría posibilidad alguna de sobrevivir. Esa fue la razón por la que se organizó un movimiento de resistencia activo, encabezado por Leon Feldhendler, que empezó por elaborar un plan de escape. En septiembre se uniría a los rebeldes Alexander Pechersky, también conocido como Sasha un judío ruso que llegó como prisionero de guerra debido a que había comandado a un grupo de soldados soviéticos. Para lograr su objetivo, los prisioneros tendrían que infiltrarse en la armería del campo y robar algunos rifles, a fin de defenderse de la muy posible represalia alemana.

Todo indica que ni Eleazar ni Jabijo formaron parte de este proyecto clandestino. Fueron muy pocos quienes tuvieron, al inicio, conocimiento de su preparación, con el propósito de evitar que algún infidente lo pusiera en riesgo. Además, los cautivos en su mayoría carecían de experiencia militar, por lo que incluirlos solo hubiera jugado contra el éxito de la operación.

Tras concretar los minuciosos planes, el 14 de octubre de 1943, a las 16 horas, once hombres de las SS —entre ellos el subcomandante del campo— fueron llamados, uno por uno, en un lapso de media hora, hacia los talleres, e inmediatamente asesinados. Todos cayeron en la trampa y acudieron al llamado de los presos con diferentes excusas.

Las líneas telefónicas y telegráficas fueron cortadas y los automóviles manipulados para impedir que funcionasen. El grupo de los herreros robó seis rifles del cuarto de la guardia ucraniana —convenientemente situada en sus puestos habituales en las torres de control— y los entregó a los dirigentes de la revuelta. Todas estas acciones fueron realizadas sin que los alemanes y sus asistentes ucranianos se dieran cuenta de nada. Todo había sido calculado gracias a la sagacidad de Pechersky.

El santo y seña era repetido atropelladamente, con rapidez, al mismo tiempo que las ansiosas manos de los prisioneros tomaban los fusiles, las pistolas y las granadas. Al lado del garaje había un tanque alemán que uno de los cautivos se encargó de desarticular, dañando el panel de mando para que no pudiera ni siquiera arrancar. Este mismo hombre se parapetó luego detrás del tanque para tener un amplio campo de visión y disparar contra los soldados. Así mató a algunos de ellos. Otro grupo logró apoderarse del depósito de las armas de los alemanes y estas fueron repartidas entre los doscientos prisioneros involucrados desde el inicio en la revuelta. Los demás —entre ellos Eleazar y Jabijo— no se quedaron como observadores: se unieron a los insurrectos y atacaron a los soldados alemanes con hachas, picos y palas. Mataron a la mayoría. Para todos, la rebelión significaba la posibilidad de escapar del cautiverio, de vivir. Aproximadamente a las 16 horas y 45 minutos de la tarde, los rebeldes comenzaron a formar en filas a los demás prisioneros. Cuando el jefe de la guardia ucraniana apareció caminando por la plaza del campo con el fin de pasar lista, lo acecharon y mataron con golpes de hacha. Los guardias ucranianos entendieron recién lo que pasaba y abrieron fuego indiscriminadamente, con la urgencia de defenderse. Ante esto, Pechersky, alarmado por una posible férrea resistencia de los ucranianos, decidió no esperar hasta que todos los prisioneros fueran alineados, como estaba previsto, y, en cambio, con un grito profundo ordenó el escape masivo y la intensificación de la revuelta.

Eleazar, Jabijo y otros prisioneros se lanzaron sobre las rejas llenas de púas y, con sus propias manos, comenzaron a arrancarlas, mientras recibían en la espalda los balazos de los soldados ucranianos apostados en las torres de control. Su gesto, desesperado pero también valiente, permitió que los demás cautivos se abrieran paso hacia fuera del campo, atravesando el cerco espinoso entre los cuerpos de sus compañeros. Los que estaban armados dispararon contra los soldados y mataron a cuatro de ellos.

Otros insurrectos, encabezados por Pechersky, se abrieron otro camino por las vallas cercanas a la residencia de la SS, en el Campo I, donde, como correctamente sospechaban, no habían sido colocadas minas.

De los seiscientos prisioneros que estaban en Sobibor el día del levantamiento, trescientos veinte lograron escapar, pero ciento setenta murieron por el fuego de los guardias. Entre estos últimos se encontraban los hermanos Assa. Aproximadamente, cincuenta se encontraban enfermos y hubo otros que no lograron huir, pero que consiguieron armas y siguieron luchando hasta su muerte. Otros más nunca tomaron parte en el levantamiento, prefirieron la sumisión y la esperanza de una liberación pasiva.

Las noticias sobre la fuga solo llegaron varias horas después a los cercanos campos de Chełmno y Majdanek debido al corte de las líneas. Causaron pánico en la oficialidad alemana e inmediatamente fue emitida una orden de búsqueda de los prisioneros por el espeso bosque aledaño a Sobibor. Así, el 14 de octubre de 1943, un grueso contingente fue destacado en la misión.

Aproximadamente un centenar de prófugos fueron detenidos en el bosque tras una encarnizada persecución, y murieron a tiros incluso en el mismo sitio donde se los halló. Quienes nunca se rebelaron también fueron asesinados a tiros el día 15, cuando Hermann Höfle, jefe de personal de la Operación Reinhard, el plan secreto de exterminio de los judíos polacos, llegó horas después desde el campo de Majdanek.

Se estima que más de un millón de personas, la mayoría judíos europeos, murieron en el campo de Auschwitz. (GETTY IMAGES).
Se estima que más de un millón de personas, la mayoría judíos europeos, murieron en el campo de Auschwitz. (GETTY IMAGES).

Pechersky, basándose en su experiencia militar, sabía muy bien que no habría ninguna posibilidad de sobrevivir si se mantenían todos juntos, por lo que dividió a los escapistas en pequeños grupos, de modo que pudieran dispersarse. Feldhendler y una docena de fugados se ocultaron en el bosque por varias semanas y, finalmente, encontraron refugio en casa de un amigo polaco.

El informe oficial expedido por las fuerzas alemanas precisó que una rebelión había estallado en Sobibor; que, en el hecho, los prisioneros judíos habían matado a todos los SS y tomado las armas; y que, por consiguiente, todos los agentes de seguridad de los campos cercanos estaban en peligro. El informe refirió también que trescientos prisioneros habían escapado en dirección al río, lo que resultaba potencialmente peligroso, pues podían unirse a los judíos partisanos que luchaban contra los nazis en las zonas fronterizas y, sobre todo, era posible que hablasen de las exterminaciones en masa acaecidas en Sobibor durante los últimos meses.

La revuelta de Sobibor ha inspirado numerosos libros y películas documentales y de ficción. En ningún caso se menciona a los Assa; sin embargo, su coraje hizo posible que otros consiguieran salir y revelar al mundo los horrendos acontecimientos de Sobibor.

La triste coda

Adam Rutkowski determinó que el campo de exterminio de Sobibor fue, efectivamente, el destino de los convoyes número 52 y número 53 [6] Esta conclusión se basa principalmente en el documento XLIX-3, del 9 de abril de 1943, firmado por el alto mando de la policía francesa de Lorena, Sarre y Palatinat, y cuyo título es «La deportación de los judíos de Francia a Sobibor (administraciones públicas) del 23 de marzo de 1943». Señala también Rutkowski que el ingeniero Joseph Duniec fue uno de los sobrevivientes de la rebelión del 14 de octubre de 1943.

Duniec estuvo a bordo del convoy número 53 del 25 de marzo 1943 y, en su declaración ante el Museo de la Historia del Holocausto-Yad Vashem, de marzo de 1952, no deja lugar a dudas: los hermanos Assa consiguieron esquivar la muerte a la que habían sido condenados todos los integrantes del convoy número 52. Primero habrían logrado sobrevivir gracias a haber sido separados para aquellos trabajos terribles y luego, a diferencia de otros de aquel convoy, habrían sido capaces de resistir día tras día, sin morir de hambre o enfermedades, como sí ocurrió con todo el resto. Es un hecho, entonces, que estos dos peruanos participaron en la famosa rebelión de Sobibor.

Al de Duniec se añade otro testimonio, el de Antonius Bardach, nacido el 16 de junio de 1909 en Lvov, Ucrania, y también sobreviviente del convoy número 53 del 25 de marzo de 1943. Él y sobrevivientes de otros convoyes que participaron en el alzamiento confirmaron que un grupo de cuarenta y siete hombres del convoy número 52 fue separado para la realización de un trabajo específico. El resto del convoy fue enviado inmediatamente a las cámaras de gas.

[1] Compañía de Ferrocarriles de Alemania.

[2] Yitzhak Arad, Belzec, Sobibor, Treblinka. The Operation Reinhard death camps. Bloomington: Indiana University Press, 1987.

[3] Ibidem.

[4] En español, «¡Judío, ven! Necesito personas fuertes para un trabajo duro».

[5] En español, «¡Judíos, corran!».

[6] Adam Rutkowski, «Les déportations des juifs de France vers Auschwitz-Birkenau et Sobibor». Le Monde Juif, n.º 57-58 (1970): 46.

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