El Chato Matta llegó al restaurante por su escabeche de pollo con presa grande, camotito, huevito duro, una porción de arroz blanco bien graneadito y una jarra con agua de maracuyá al tiempo. “María, tú sabes que con esta todos estamos expuestos a contagiarnos, pero tenemos que salir a trabajar para mantener a nuestras familias.

Por mi trabajo conozco a muchas chicas. Así conocí a Mariela, una guapachosa morocha de Lince. Yo le puse , porque se parecía a la salsera portorriqueña, pero de buen cuerpo.

Desde que la vi, hicimos ‘clic’ y empezó a cantar el más famoso tema de la sonera: ‘Dicen que soy, la maldición de tu vida/ obsesión que te domina/ destructora de tu honor/ dicen que soy/ gata negra y mala suerte/ que he secuestrado tu mente/ y devoré tu razón’. Ella solita me dijo: ‘Amigo, quisiera ver el mar con unas chelitas’ y me sacó su certificado de una clínica donde decía que era negativa al virus.

Después nos ganó la emoción y nos sacamos la mascarilla en un paraje solitario viendo el sunset. Ese día la dejé en Lince, por el centro comercial Risso: ‘Voy a la panadería, déjame a acá nomás, vivo en la otra cuadra y mis hermanos son bien celosos’. Así comenzamos una relación sentimental de mañanas o tardes, pero siempre era lo mismo. ‘Déjame acá, que no te vean’.

Yo me estaba pegando con ella porque era insaciable en la intimidad. ¿De dónde tienes para comprarte buena ropa y perfumes?, le preguntaba. ‘Yo hago trabajo remoto para un call center’, me contestó. En las noches me acordaba de ella y la deseaba. ¿Estaría en verdad en su casa? ‘Fijo que es casada’, me dijo Pancholón.

Tantas cosas me pasaban por la mente. ‘Chato, no seas sano, esa flaca solo está haciendo hora contigo, no te enamores, disfruta el momento y deja bien a los varones’, me aconsejó el gordito mujeriego. Lo malo es que yo ya estaba sintiendo celos.

Una mañana casi me da un infarto al prender el televisor y ver en el noticiero de América: ‘Allanan local donde se realizaban con damas de compañía’. ¡Allí vi a mi Mariela entrando al carro policial! Estaba con una minifalda y sin mascarilla, junto a otras chicas, chibolos y tíos con cara de mañosos.

María, soy viejo callejero, pero uno nunca deja de sorprenderse. Al toque llamé a Pancholón. ‘Chato, ya sabía que ‘La India’ era del cuento. En una las saco. Ahora ándate rapidito a sacarte tu prueba del ‘isopado’ y ruega hermano que no te hayas contagiado. No vayas a la casa de tu mamá hasta que te den los resultados’.

Pucha María, ya la bloqueé de mis redes y no le contesto el celular. Cuanta gente que acude a esos ‘privaditos’ y fiestas son culpables de las muertes de sus padres, abuelos o tíos, porque llegan a sus casas con el virus y contagian a toda su familia. Felizmente me hice la prueba y salió negativa. Ya no podemos arriesgarnos”. Pobre Chato, de la que se salvó, pero el cochino de Pancholón para contando que se amanece en La Posada con una y otra mujer. Es un sinvergüenza. Me voy, cuídense.

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