Sebastián Salazar Bondy
Sebastián Salazar Bondy

Este Búho es de la época que las universidades nacionales se contaban con los dedos de la mano. Las más buscaditas, la San Marcos, de toda la vida; la Villarreal, manejada por los apristas; la UNI de los cerebritos, la Agraria de La Molina y la del Callao. Y, de las privadas, la exclusiva Católica, con sus curas y chicos ‘progres’ e izquierdistas mezclados con liberales a ultranza; la del Pacífico, de buen nivel, la Universidad de Lima, lejana y exclusiva . También la Femenina, la ‘Harvartín’ y la Garcilaso, que ahora ha perdido su licenciamiento.

En mis años, en el legendario patio de Letras de la Decana, aprendí a valorar la imagen de un peruano completo: Sebastián Salazar Bondy. Su nombre se asocia a la más famosa de sus obras: ‘Lima la horrible’. Un lúcido pensador, narrador, poeta, escritor, director de obras de teatro, periodista, bibliotecario, profesor de colegio, historiador, político progresista, esposo y padre. En sus solo cuarenta años de vida, el ‘flaco’, como lo llamaban sus amigos, fue el principal referente y la figura más emblemática de toda la generación del 50.

El premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, nunca ha escatimado elogios para el hombre a quien consideró su mentor y fue su más entusiasta promotor en aquellos días en que Mario soñaba con llegar a ser un escritor. Sebastián Salazar Bondy pasó seis años en su exilio de Buenos Aires. Según Vargas Llosa, allí construyó ‘un enclave espiritual donde asilarse, un mundo propio y distinto, celosamente defendido, elevando un pequeño fortín cultural, al amparo de cuyas murallas, vivirá, crecerá la obra solitaria’.

‘Lima, la horrible’ causó controversia y muchos se consideraron ofendidos con solo leer el título del libro, sin analizar el contenido. Sebastián no atacaba a Lima ni a los limeños, combatía ese orden que consideraba como una pesada cadena llamada ‘arcadia colonial’, al que consideraba huachafo. Salazar Bondy nació en Lima en 1924 y vivió en una gran casona en la cuadra tres del jirón Apurímac.

Su padre tuvo fortuna con su hacienda en el norte, que fue absorbida por la voracidad de los enclaves imperialistas del azúcar. Igual, al llegar a Lima fueron de los primeros en tener automóvil y una gran casa, pero con la crisis económica y la muerte de su papá ‘tuvimos que dividir la casa para dar pensión a caballeros honorables, de preferencia extranjeros’. Tiene una vasta obra teatral y fue Premio Nacional de Teatro. Fue becado a París (Francia) y allí publicó un libro que me marcó, en los primeros años de universidad: ‘Pobre gente de París’.

La narrativa de Salazar Bondy engloba el mundo de la clase media y sus frustraciones. Esta vez en la ‘Ciudad Luz’, peruanos, colombianos, españoles vivían historias que terminan en desencanto y frustración. El estudiante enamorado de una parisina, a la que trataba como una reina, y a la que creía virgen, pero que con la llegada de su tío millonario de Lima descubre que era una ‘mujer de la calle’. La parejita del colombiano y la andaluza que forman un grupo musical y tras las infidelidades y la separación, el latinoamericano sacó lo peor de su ser para darle una lección terrible e inolvidable a su amada.

Este columnista conoció en 1980 a la hija del desaparecido escritor, Ximena Salazar Lostanau, una adorable estudiante de Antropología. La guapa Ximena, de los ojos de gato, era muy parecida a su padre. Era unos años mayor que yo, que era cachimbo, pero andábamos juntos en esos agitados años. Una vez estábamos en una feria del libro y Vargas Llosa estaba firmando sus obras. Ximena me dijo: ‘¡Allí está mi tío Mario!’ Yo me reí y le dije: ‘No seas mentirosa’. ‘¿Qué cosa?’, me dijo. Llamó al escritor, quien al verla se le iluminó el rostro, se abrió paso entre la gente y le dio un efusivo beso y abrazo. Mario Vargas Llosa dijo que era su sobrina, le preguntó por su mamá y nos obsequió un libro firmado, el que hasta ahora guardo como oro.

Vargas Llosa nunca se ha cansado de elogiar y agradecer todo el apoyo que le brindó Salazar Bondy en los inicios de su carrera. A los cuarenta años murió de un paro fulminante, justo cuando escribía una crónica en su escritorio de la revista ‘Oiga’. Paco Igartua, el director, reveló que cayó justo cuando había terminado esta frase: ‘Qué linda sería la vida si tuviera música de fondo’. Apago el televisor.

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