Este Búho continúa con su rígida cuarentena. Aparte de chequear al milímetro todo lo que sucede en el Perú, releo libros, veo películas y series de Netflix y miro los noticieros. Allí me entra la nostalgia, me ‘pican los pies’, las manos, por estar donde está la noticia cuando veo a los jóvenes reporteros arriesgando su integridad, pues por más mascarillas y micrófonos con palos adaptados que usen, al ingresar a esos focos infectados en que se han convertido mercados como los de La Parada, Ate o el Callao, se exponen al contagio. Pero me equivoco cuando hablo de jóvenes, porque curiosamente el que comanda ese pelotón de ‘guerreros’ es un veterano de mil batallas, Gunter Rave, de América Televisión, quien se ha convertido en un referente para los iniciados.

Rave es de la estirpe en extinción de los reporteros que se resisten a dejar la calle para ‘plantarse’ en la conducción en el set. Igual ha realizado grandes coberturas, como la del Palacio del Rey de España en Madrid, siguiendo la gira por varios países europeos del expresidente Alejandro Toledo, de las que cuenta las más inverosímiles e hilarantes anécdotas. Y con la misma capacidad de asombro e indignación sube y baja diariamente los cerros más alejados para reportear el drama de pobladores que no tienen nada para comer.

Gunter Rave confundió olluco con papa.
Gunter Rave confundió olluco con papa.

Este columnista también fue un redactor de calle ‘todoterreno’ gran parte de mi carrera y enfrenté mil peligros. Claro, lo de esta pandemia es distinto. Era jovencito cuando ingresé a mediados de los ochentas a mi primer periódico, que ahora yace en el ‘Cementerio de papel’. Mi viejita, a la hora que me iba al diario, me decía: ‘¿Por qué no tomas desayuno?’. Yo no le contaba la verdad, que los comandos de Sendero Luminoso asesinaban a sus víctimas en las mañanas, cuando salían de su casa a trabajar.

Un día bien temprano captamos por la radio el reporte de un atentado en Santa Clara. Llegamos a un fundo y había una camioneta incendiándose. Al costado, lo que parecían cerritos de menudencias y tripas de mercado. “Mataron al ‘Búfalo’ Pacheco y a su hijo. Los malditos luego les metieron dinamita y los volaron, solo eso quedó de ellos”, nos dijo un policía y corrimos a expulsar el desayuno.

Luego de esa visión, nunca más salí a trabajar habiendo comido. Después de la masacre de ocho periodistas en Uchuraccay, en 1983, los periodistas mayores ya no querían viajar como enviados especiales a Ayacucho y las ‘zonas de emergencia’, y era comprensible, tenían esposa, hijos en el colegio y uno podía perder la vida no solo a manos de Sendero, sino de las fuerzas contrasubversivas que no hacían distingos. Años después me mandaron a Pucallpa. La Marina tenía el control político militar de esa zona de emergencia. Allí había presencia de Sendero Luminoso y sobre todo del MRTA.

Desaparecían profesores, estudiantes, trabajadores y comerciantes. Solo el vicariato, cuyo cura era belga, denunciaba las desapariciones en Lima. ‘¿No tienes miedo, chibolo?’, me dijo el jefe de Redacción. Solo sonreí, agarré mis viáticos y mi pasaje aéreo. ‘Te recomiendo que no te identifiques y anda de frente donde el cura’. Para mi buena suerte, en el avión vi que un gringo subía con una gran ¡¡bolsa de ostias!! No podía ser otro que el sacerdote. Me identifiqué y me senté a su lado. La hora y media de viaje me puso al día. Los desaparecidos habían aparecido una semana después en ‘La Lupuna’, una zona pantanosa. Nos alojamos en un hotel discreto y el cura nos dio una relación de familiares de los desaparecidos. Los buscamos y sus historias parecían las mismas. ‘Se lo llevaron y hace meses que no sé nada de él’. Tomamos fotos, fuimos a la tétrica ‘Lupuna’, un lugar peor que el mismo infierno. Nunca sentí tanto temor y me sofoqué con ese terrible hedor a cuerpos humanos en descomposición. Cuando llegamos al vicariato, el cura belga nos advirtió: ‘No regresen al hotel, ya mandé a traer sus cosas, están preguntando por ustedes y corren grave peligro. Los voy a llevar a una cabaña en la selva, a una hora de aquí, allí se ocultarán hasta que salga su vuelo. Yo los escoltaré’. Mentiría si dijera que no sentí temor, pero teníamos que destapar la verdad, por esos desdichados familiares que no podían ni enterrar a sus seres queridos. Solo cuando levantó vuelo el avión respiramos tranquilos. Apago el televisor.

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