Este Búho comprueba con pesar que, tras los veinte años de ‘Chim Pum Callao’ dirigiendo los destinos de nuestro querido primer puerto, son gravísimas la degradación política, económica, social y psicológica que allí se vive. Increíble.

Este columnista supo de la aterradora violencia delincuencial que se padecía en las calles chalacas cuando mi compañero de universidad, Dante Alfaro, me dijo un día: ‘Búho, ya no puedo entrar a la casa de mi madre en el centro del Callao. Los delincuentes ahora son chiquillos de 15 años y me ponen la pistola en la cabeza’.

A propósito de ‘gatilleros’, acaban de agarrar a varios sicarios en el puerto, pero de nada valdrá si los encierran en ‘Sarita Colonia’, donde seguirán haciendo de las suyas. A Challapalca deberían mandarlos.

Con ‘Chim Pum Callao’, además de Alex Kouri -hoy preso por corrupción-, llegaron al poder Félix ‘El Gato’ Moreno -también tras las rejas-, quien se convirtió en presidente regional del Callao; Juan Sotomayor, apodado ‘Juana, la cubana’, que agarró la alcaldía del Callao; Alfredo Marcos, quien se convirtió en burgomaestre de Ventanilla; o el exparlamentario fujimorista Víctor Albrecht, quien fue alcalde de La Perla. Según la Fiscalía, este último está involucrado en el cobro de sueldos por trabajadores ‘fantasmas’ en el mismo proceso que afronta Sotomayor, por lo que el Ministerio Público está pidiendo 36 meses de prisión para ambos. Me sentía harto de que el histórico puerto que enfrentó a la colonial invasión española y el balneario donde estaba mi playa favorita, Cantolao, heladita, rica y sabrosita, estuviera en malas manos.

Por eso destaco un artículo en El Comercio de Carmen McEvoy, una dama que ama al Callao, porque es hija insigne del puerto e historiadora, heredera de Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea.

Ella se da el infausto trabajo de descender al detritus para indagar y escribir su bien documentada columna, publicada el fin de semana, que comienza así: “‘Acuérdese bien que vengo del Callao’, afirmó un desafiante Víctor Albrecht en el hemiciclo a propósito de un imaginario ataque que, de acuerdo con sus palabras, puso en entredicho su ‘buen nombre’. A pesar de no ser chalaco, sino un mero lugarteniente de esa gavilla de depredadores que han empobrecido al primer puerto de la república, el excongresista de Fuerza Popular dejó traslucir un talante achorado y bravucón. Este, vale la pena aclararlo, no tiene nada que ver con un lugar en particular de nuestra geografía, sino con un entrenamiento y unas prácticas mafiosas que ocurrieron –a lo largo de dos décadas– en esa suerte de incubadora de delincuentes en la que se convirtió mi querido Callao”.

Pero McEvoy no se queda ahí y da mayores señas: “Albrecht es, ni más ni menos, un aparente representante de esa cultura política hamponesca que procreó a Félix Moreno y a Juan Sotomayor, herederos de la dinastía chimpunera inaugurada por Alex Kouri, hoy preso al igual que sus sucesores. En el caso de Albrecht no hay más que analizar la hoja de vida y seguir la campaña y gestión congresal del otrora presidente, paradojas de la vida, de la poderosa comisión Lava Jato. Al hacerlo, descubriremos cómo la palabrería encubre serias limitaciones intelectuales, además de una rapacidad que sería responsable del empobrecimiento y degradación de miles de chalacos. Aquellos a los que el discurso populistoide del exalcalde Sotomayor consideraba destinatarios de unas migajas, mientras él y sus compinches les expropiaron su futuro. Sotomayor proponía, entre otras cosas, volver a ‘la educación antigua, a la obra social y a la oración’ para recomponer la trilogía ‘Dios, patria y familia’ en ese Callao que habría saqueado y denigrado hasta la saciedad”.

Son las palabras de una chalaca valiente a la que este columnista admirará siempre.

Apago el televisor.


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