Este ya tenía su columna lista de los domingos literarios y me disponía a sumergirme en un necesario descanso sabatino en una playita, cuando recibí el llamado del director: ‘¿Ya te enteraste?

La noticia me entristeció. La imagen que tenía y tengo del maestro Cotler era la de un hombre inquebrantable, inmune a todo, sin dogmatismos, ni ambiciones personales o políticas. Pensaba que hasta era invulnerable a una muerte natural, a pesar de que estaba próximo a cumplir 87 años. Por eso, decidí dejar para el próximo domingo la columna sobre un notable novelista y poeta peruano, para escribir un justo homenaje a un antropólogo y sociólogo sanmarquino, quien se convirtió en el intelectual más influyente del país.

Muchos lo llamaban ‘la conciencia moral del Perú’ porque, a diferencia de otros intelectuales brillantes de su generación, como Pablo Macera, por ejemplo, que se dejaron obnubilar por prebendas y adulaciones del régimen de Alberto Fujimori, Cotler desnudó públicamente su carácter autoritario y antidemocrático, aunque gozara de apoyo popular. Pero lo que muchos no sabían era que el sociólogo Cotler, décadas atrás, sostuvo una férrea oposición al régimen del general Juan Velasco Alvarado, quien se presentaba como un militar reformista de izquierda. Esas críticas fueron respondidas por el régimen con una abusiva deportación a México en 1973. Pero si los jerarcas creyeron que lo habían minado alejándolo del Perú, se fueron de ‘pepa’. Allí fue donde pudo escribir el libro que sería su legado: ‘Clases, Estado y Nación en el Perú’ (1975).

Recuerdo ahora una frase lapidaria, pero lamentablemente real: ‘Cómo queremos superarnos como país, desarrollarnos económica, social y culturalmente, si las 3/4 partes de la economía y la ciudadanía son informales’. Esa era la lucidez de sus análisis coyunturales y no claudicó por un puestazo público o una embajada.

Por ello su libro ‘Clases, Estado y Nación en el Perú’, antes solo leído por estudiantes y profesionales de las Ciencias Sociales, se convierte en una ‘vedette’ en Ferias del Libro que se respeten.

El reconocido librero Pedro Ponce, de ‘El Rocinante’, me confesó en una oportunidad: ‘El libro de Cotler vendió mas que Harry Potter’. Eso me lo dijo en épocas en que la película llenaba las salas de cine. Cotler era ante todo un maestro. Pueden dar fe de ello las generaciones de alumnos de las especialidades de Ciencias Sociales de San Marcos y las generaciones de investigadores que pasaron por el Instituto de Estudios Peruanos.

Este columnista tuvo la suerte de asistir a sus clases como alumno libre en esa convulsionada década de los ochentas, junto a investigadores como Eduardo Toche, Henry Mitrani, Aldo Olano, editores como Juan Damonte o su recordado jefe de prácticas Carlos ‘Freddie Mercury’ Salazar. El profesor nos daba clases magistrales, analizando la coyuntura política. Y me preguntaba cómo este brillantísimo analista no estaba en la televisión, en las entrevistas de los diarios.

Diseccionaba con habilidad quirúrgica al primer gobierno de Alan García y desenmascaraba su seudo ropaje izquierdista y, más bien, advertía el final de ese traumático primer gobierno: terribles violaciones a los derechos humanos e inauditos actos de corrupción. Definió muy bien el carácter sanguinario y genocida de Sendero Luminoso, en momentos que gran parte de la izquierda y sus intelectuales hasta justificaban sus actos terroristas calificando de ‘equivocaciones’ sus barbaries. Nunca lo vi carcajear tanto aquella noche cuando hablaba de la vesania terrorista y de las consecuencias nefastas de las voladuras de torres y la ideología del ‘atraso’ en la arcaica estrategia senderista, y se produjo justo un apagón. Uno de los alumnos sacó una linterna y alumbró al profesor.

Don Julio no pudo evitar carcajearse. No sé por qué lo llamábamos ‘el viejo’, si tenía cincuentaitantos. Sería porque hablarnos del país, de sus frustraciones, de su nefasto presente y peor futuro lo amargaba. Le enervaba cómo todos los que tenían algún tipo de poder (políticos de todas las tendencias, militares, empresarios, subversivos) lo llevaban al despeñadero. En épocas más recientes definió a Alan García, Alberto Fujimori y Abimael Guzmán como ‘La trilogía del mal’. ‘Destruyeron al país, cada uno a su manera. La gente sigue sin darse cuenta de cómo el país se ha destruido’.

El maestro era considerado por muchos como un ‘pesimista’, pero él se defendía y retrucaba ‘más bien soy realista’. Pero hay una frase con la que quiero terminar y lo pinta de cuerpo entero como un intelectual que por sobre todas las cosas tenía fe en el cambio.

‘Decir que la política es el arte de lo posible me parece una frase profundamente cínica. La política es mas bien el arte de hacer posible lo necesario’. Completamente de acuerdo maestro, descanse en paz.

Apago el televisor.

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