José Saramago (Azinhaga, 16 de noviembre de 1922- Tías (España), 18 de junio de 2010)
José Saramago (Azinhaga, 16 de noviembre de 1922- Tías (España), 18 de junio de 2010)

Este Búho, en estos días de ‘cuarentena’, no podía leer otro libro que no sea ‘Ensayo sobre la ceguera’ (1995), una ‘joya’ del portugués Premio Nobel de Literatura José Saramago (Azinhaga 1922-Tías 2010). No porque sea su novela más famosa y fue llevada al cine hollywoodense con Julianne Moore en el papel protagónico, bajo la dirección del brasileño Fernando Meirelles, se le podrá negar el calificativo de obra maestra al libro.

El argumento es alucinante. Un conductor en una ciudad X espera tranquilo que cambie el semáforo. En esos instantes en que se pone la luz verde, solo la verá un segundo, después todo lo cubrirá un manto blanco: se ha quedado ciego. Un hombre se ofrece a llevarlo a su casa, pero le roba el carro.

Minutos después, el ladrón también se queda ciego. La víctima visita a un oftalmólogo que se sorprende cuando le dice que su ceguera no le permite ver un manto negro, como es lo usual, sino que ve ‘un mar de leche’.

El galeno y los pacientes de ese día también se quedarán ciegos. El médico es consciente de que son víctimas de una epidemia y decide alertar a las autoridades gubernamentales para cortar de raíz ese ‘foco infeccioso’ y se ordena confinarlos con férreos y draconianos reglamentos de cautiverio ¡¡en un manicomio!!

Es aquí, en el claustrofóbico encierro, donde un puñado de personas de distintas condiciones sociales y laborales (hay un doctor y su esposa especial, un oficinista, taxista, camarera de hotel, guapa ‘lolita’ de alto vuelo, un niño estrábico, un policía y un ladrón).

Todos son las primeras víctmas de un Estado fascista que les da las órdenes más miserables. ‘Nadie sale y el que se muere se queda adentro’. Pero lo peor es que este Estado no solo confina a los ciegos, sino también encarcela a los que ven, pero han tenido un ‘contacto con los invidentes’.

En esa ‘tierra de nadie’ que significa el encierro afloran lo peor del ser humano y las expresiones más primitivas del hombre. El portugués sostenía con ironía que los adelantos de la civilización post industrial marchaban irremediablemente a llevar al hombre nuevamente a la época de las cavernas.

Esa premisa la utiliza en esta hermosísima novela con un lenguaje tan transparente como un río cristalino. Sin apellidos y nombres, ¿les sirve algo de eso a los ciegos? Saramago utiliza una metáfora sobre el fin de la civilización. El poder, para el autor, es fascistoide. Confina a los desdichados ciudadanos prometiéndoles médicos, una cura rápida, hospitalización, medicinas, pero todo era mentira. Los enclaustra en un tétrico lugar, racionándoles la comida, hasta que sus víctimas pierden todo el espíritu de solidaridad.

Allí el novelista deja su fresco humor negro para descender por los infiernos de la naturaleza humana. Invidentes que explotan y abusan, hasta sexualmente, de las ciegas. No escribo más, solo que entre los personajes de Saramago hay una esperanza. Esa llama positiva, como la que ahora tenemos todos contra una epidemia ciega, sorpresiva, como el coronavirus, que vislumbró el maestro portugués antes de morir. Apago el televisor.


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