El Búho recordó la cinta Grease.
El Búho recordó la cinta Grease.

Este Búho ayer les abría el corazón y les contaba la entrañable relación que tengo con la Universidad de San Marcos, mi alma mater que acaba de cumplir ¡470 años de fundación!, la más antigua de América. Les contaba que cuando ingresé a la Decana me alejé de mi bucólico barrio de Mirones y me encontré en el claustro con gente de una Lima que no conocía. Allí nos recibían con cariño y tuve algunas enamoraditas.

En ese tiempo éramos inocentes, idealistas, y nos metíamos unas grandes ‘bombas’ en el ‘Chaparral’, una cantina que funcionaba dentro del campus y en la que dejabas tu carnet universitario y hasta las calculadoras por una fuente de sudado de jurel y algunas ‘chelas’. Pero aparte de mis amigos, sencillos ‘cachimbos’, también me juntaba con una pléyade de grandes profesores -el inolvidable poeta Antonio Cisneros- y amigos y amigas mayores que le enseñaban a este ‘chibolo de barrio’ la mejor literatura: Baudelaire, Vallejo, Wilde. Y filosofía: Nietzsche, Sartre, pero sobre todo Albert Camus; los textos sociológicos trascendentales como los de la escuela de Frankfurt, Max Weber o Thedore Adorno, o teóricos de la comunicación como Marshall McLuhan.

Entre mis amigas mayores estaban, por ejemplo, la guapa Ximena Salazar, hija del gran escritor Sabastián Salazar Bondy, de antropología, que me aconsejaba qué leer. La novia -luego esposa- del recordado escritor Gregorio ‘Goyo’ Martínez (‘Canto de Sirena’), la inquieta Emperatriz, también mayor, que vendía libros y recuerdo que me dio a crédito ‘Las obras completas de Borges’, en un sobre manila: ‘No lo abras porque los ultras nos pueden descubrir’. Arlene Medina me prestaba libros de Jack London. No todo era marxismo, a escondidas leíamos a los grandes escritores norteamericanos como Truman Capote, Norman Mailer y el terrible Charles Bukowski. Es que ingresé justo en la época del último año de la dictadura estudiantil, cuando dominaba la ultra izquierda del ‘Fer Antifacista’, los llamados ‘fachos’, cuyo líder era el hoy abogado José Ñique de la Puente. Un grupo netamente estudiantil maoísta y estalinista a ultranza.

Ese año de 1980 el grupo de mis amigas, como Ximena, Jacoby y Tatiana Berger, o el actual ministro ‘Moroco Topo’ Gonzales de derecho, que representaban a los grupos que aglutinaba el doctor Alfonso Barrantes Lingán, ganaron la Federación Universitaria y nuevos vientos de amplitud, desarrollo cultural, democracia y respeto para todas las posiciones imperaron en la universidad.

Como nunca antes, llegaron artistas internacionales a dar conciertos gratuitos, como el apoteósico del gran cantante español Alberto Cortez. Luego Miki Gonzales remeció el Aula 1 de Letras con su grupo primigenio de jazz fusión alucinante, ‘Los Chondukos’, o el crítico uruguayo Angel Rama, quien llenó un aula para dar una charla magistral sobre la recién publicada novela de Mario Vargas Llosa: ‘La guerra del fin del mundo’. Pocas semanas después moriría en un accidente de aviación, junto al gran novelista Manuel Scorza. O el periodista César Hildebrandt abarrotando el aula principal para explicar su enésima censura televisiva. Cómo no recordar a mi mancha, la ‘Pesada Sanmarquina’, con el editor de José María Arguedas, Juan Damonte, el analista Eduardo Toche o Tito Bracamonte, o el bibliotecario Walter Espinoza, hincha de Alianza Lima, lo que demostraba que en nuestra mancha no había prejuicios.

Esta columna pretende hacerle un homenaje a esa ‘vieja señora’ de 470 años. Gracias a unos jóvenes estudiosos e inquietos, que pululaban en aulas y cafés, pude desarrollar el don de escribir. Pepe Ricci, Elena Velando, Alfredo García y Fernando Obregón convocaron a un inquieto jovencito, que escribía en periódicos murales con seudónimo, a su proyecto de revista ‘La Casona’. Fue la única revista sanmarquina en una década. Gracias a ella me convocaron a trabajar en un periódico nuevo y de ahí mi vida cambiaría para siempre. Solo el periodismo me pudo sacar de mi querido San Marcos. Sendero Luminoso quiso ingresar a inicios de los noventa, pero fueron derrotados en las elecciones y en las aulas. Pero a pesar de que ya son décadas que dejé de recorrer los pabellones de mi alma mater, aún la sueño. También los rostros de tantos amigos y amigas de aquellos llamados ‘años maravillosos’. ¡Feliz aniversario inquieta y vieja señora!

Apago el televisor.


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