Los lectores de este Búho saben que he tenido una dilatada trayectoria periodística y que, por lo menos, he laborado en más de una docena de revistas y periódicos que hoy yacen en el ‘cementerio de papel’. A todos ellos les tengo un cariño y no los olvido. Pero hubo una que en verdad me marcó, porque cambió mi visión de joven limeño rockero, contestatario y rebelde sin causa. Esa fue la revista ‘Éxito’.

En aquel año 1992 -en plena orgía sanguinaria de un grupo terrorista como Sendero Luminoso, que amenazaba con ‘tomar por asalto’ Lima y coronar lo que llamaban ‘culminar la lucha armada del campo a la ciudad’- nació ‘Éxito’. Buscaba como público directo a los pequeños y medianos empresarios, los de las Mypes y Gamarra (cuando todavía no se podía considerar ‘emporio’), pues estaban devastados porque Sendero los amenazaba, los extorsionaba. Y no hablo solo de su actividad económica, sino de su cultura, porque en la revista también fueron portadas Chacalón, Vico Karicia, Los Shapis, Pascualillo, Eusebio ‘El Chato’ Grados, Amanda Portales. Por la revista ingresé a un mundo nuevo para mí, y creo que el proyecto no habría cuajado si no hubiera estado al frente un psicólogo, con conocimiento de economía y enamorado de la cultura popular, como mi amigo Juan Carlos Tafur. El director tuvo la difícil tarea de encontrar periodistas que sintonizaran con la idea central del proyecto: las ‘estrellas’ serán las que nunca saldrán en una página de cualquier periódico del momento. Y tuvo razón. La portada de la revista nos presentaba a los emprendedores de aquel año. Rostros desconocidos que aparecían por primera vez en una carátula de papel couché a color. La idea era que ellos sientan que su trabajo era valorado y merecía ser divulgado, así como las páginas sociales de los diarios ‘oficiales’ colocaban los rostros de los grandes banqueros e industriales del país.

Cada mes, ‘Éxito’ hacía un reportaje de cuatro o cinco páginas, con portada incluida, a esos pequeños o medianos empresarios y, ojo, se distribuía gratuitamente. Han pasado 27 años y veo con satisfacción y felicidad cómo uno de aquellos que salió en la portada de la revista, es Oswaldo Hidalgo, el dueño de ‘Vistony’, la empresa nacional que tumbó en el mercado a las grandes trasnacionales de lubricantes automotrices, como la Shell.

Este columnista nunca olvidará cuando lo entrevistó y le dijo, en un terreno casi baldío, en Ancón, donde solo había una máquina para fabricar aceite: ‘Algún día yo voy destronar a las grandes empresas extranjeras. Un hombre puede lograr todo lo que se propone’. Pasaron los años y grande fue mi sorpresa y satisfacción al comprobar que su marca se apoderó del mercado nacional. Y luego se diversificó a otras partes del mundo: Europa, Asia, Oceanía, USA. Todo un grande. Pero no fue el único.

Conocí Gamarra al revés y al derecho, gracias a empresarios como Marianito Castillo, el ‘Rey de las medias Fantomas’. Hijo de Pataz, La Libertad, que años después terminaría siendo alto directivo del Club Universitario de Deportes. Y, por último, cuando una vendedora ‘coquetona’ me dijo: ‘yo uso mejores lencerías que Victoria Secret’. Averigüé y entrevisté a Esaú Sandonás, dueño de la empresa de lencería más brava de Gamarra, ‘Minino y Minina’. Aluciné con su historia de vida. Llegó de Áncash con lo justo para vivir una semana en Lima con su familia. Hoy es uno de los empresarios más exitosos de Gamarra. Y su marca está posicionada, sobre todo, en el interior del país. Y cómo olvidar en el rubro de la gastronomía a Isabel Álvarez, del ‘Señorío de Sulco’. Conocí a la madre de Isabel y la entrevisté para aquella portada juntas madre e hija. Lo que no saben es que detrás de ese reportaje estaba un chiquillo casi adolescente que ya agarraba las cucharas y las sartenes y que también quería aparecer en la foto. Ese no era otro que el hoy famosísimo chef Flavio Solórzano. Así era una revista que se adelantó a su época.

Apago el televisor.

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