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Luego de vender pan o chupetes en las vacaciones de verano. Otros son de mis épocas universitarias, de igual manera, me recurseaba de muchas formas para poder saciar mi vicio por la lectura. Algún tiempo después, cuando empecé a ejercer el periodismo, engrosé mi biblioteca de manera desmedida, ya sin tanta preocupación por lo económico. Muchos se han ido con otros dueños, varios tantos se quedaron perdidos en el camino. Ahora que abro estas cajas, me doy cuenta de que hay libros que incluso están forrados, impolutos, vírgenes. Son libros que he postergado por la agitada vida del periodismo y por circunstancias que hoy no entiendo. Un buen amigo diría que los libros a veces hay que macerarlos para disfrutarlos mejor.

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Hago este preámbulo porque aproveché el último feriado para zambullirme en esos paquetes empolvados y entre todos rescaté ‘Aeropuertos’, del escritor chileno Alberto Fuguet, autor de la monumental ‘Tinta roja’, uno de mis libros de cabecera. Fuguet es un escritor cuajado, diestro en el bello oficio de contar historias. Lo hace también a través del cine, con gran talento. ‘Aeropuertos’ (Alfaguara) es un libro sobrecogedor, íntimo, duro, que narra el infortunio de Álvaro y Francisca, ambos de 17 años, que de pronto tienen que asumir las consecuencias de sus inmadureces y de una noche loca de vacaciones: un embarazo no deseado. Hasta entonces sus planes eran tan afiebrados como los de cualquier adolescente, sobre todo los de Álvaro, un muchacho impetuoso, inmaduro, alocado.

En cambio, Francisca es una chica más consciente y analítica, bajo el cuidado de su madre, adinerada, cucufata y conservadora. A pesar de ello, de tener todo en contra, las mamás de ambos deciden seguir con el embarazo, sin obligarlos a casarse y sin ni siquiera mantener una relación de pareja. En esa familia que nunca fue, nace Pablo. Pablo crecerá con la ausencia del padre, quien aparece esporádicamente cada cuantos años y casi sin afán de querer hacerlo. Y cuando lo hace, no existe esa conexión, ni siquiera los ánimos. A pesar de ello, con los años busca crear un lazo con su hijo, a quien bautizó con el nombre de uno de sus discos favoritos de Radiohead, ‘Pablo Honey’. También crece con la ausencia de la madre, porque es su abuela quien lo cría.

Con el tiempo, Pablo se convertirá en un muchacho arisco, solitario, introvertido y adicto a las películas de culto y al rock. Es una persona ensimismada, que buscará su propia muerte al sentirse incomprendido y odiado por todos. Su madre será su único refugio, aunque con ella también es un témpano. Ella, que ha truncado sus sueños por tenerlo, buscará sanarlo o, al menos, entenderlo. Su gran miedo es que su hijo se quite la vida, pues ha descubierto que esa es su intención.

Al filo de esa angustia pasará sus días, muy distintos a los de Álvaro, quien lleva una vida despreocupada, ajena y distante de su hijo. “‘Aeropuertos’ es quizás un despacho de una guerra donde todos quedaron heridos y con cicatrices, aunque supuestamente conectados y con millones de amigos. Remezclé momentos, tonos, edades, y bandas sonoras de la época en que me ha tocado tanto vivir como escribir. Es mirar atrás, pero no con ira, sino quizás con algo de perplejidad, (preguntándome) cómo pasó todo tan rápido y con la duda que muchos se están haciendo: ¿Los cambios realmente nos han cambiado para mejor?”, dijo Fuguet sobre su obra de no más de 200 páginas, que se lee en una sola tarde. El libro puede ser interpretado como una serie de televisión, explicó, por su estructura. “Cada capítulo es como si fuera el episodio clave de cada temporada de una serie”. El cierre del libro es una escena conmovedora. Y al finalizar, el lector se pregunta si como padre está haciendo lo suficiente o lo correcto, si ha tomado las mejores decisiones o no. Y cómo eso impacta en lo que uno es. Y creo que ese es el gran valor del libro. Ha sido un hallazgo maravilloso entre tantas rumas de libros, las que iré desempolvando en estos días. Estoy seguro de que haré grandes redescubrimientos. Apago el televisor.

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