José Llaja es una institución del periodismo televisivo peruano. Sus 40 años de trayectoria lo hacen el camarógrafo más querido y respetado del gremio. Sus ojos -o mejor dicho, su cámara- han visto todas las escenas que un humano pueda imaginar. El legendario José Llaja, maestro de grandes celebridades del periodismo peruano, escribe en sus memorias, las que probablemente sean las semillas de su próximo libro. Empecemos:

EL LEGENDARIO MAQUISAPA

Con un viejo amigo teníamos una rutina de fin de semana luego de las jornadas periodísticas. Enrumbábamos hacia el legendario Maquisapa de la avenida Petit Thouars y allí, entre cervezas, cigarros y amiguitas, hablábamos de esas coberturas y comisiones que jamás olvidaríamos por su magnitud, por su singularidad o por su emotividad.

Pollito’, el mesero del local, nos acompañaba a veces e invitaba chelas con tal de seguir escuchando nuestras aventuras de reporteros. Y ‘Amy’, la ojiverde de voz ronquita, nos convidaba cigarrillos Pall Mall cuando los nuestros se acababan.

En muchas ocasiones interrumpí esos brindis por comisiones de última hora. Y así sucedió en un invierno de 1998.

UNA LLAMADA DE MADRUGADA

Eran las tres de la madrugada cuando el jefe de la sección policiales, Kevin Romero, me alertó que debía volver de inmediato al canal, a Panamericana Televisión: “Llaja, han detenido a un sujeto con 500 kilos de pasta básica de cocaína. Vuela hacia la comisaría de Puente Piedra”. Y comencé a sentir esa adrenalina adictiva ante una nueva noticia.

Pocas veces, y menos en esos años, se realizaban incautaciones de tal magnitud. ¡ Media tonelada de PBC! Aquella sería tal vez una de las más importantes y mi cámara tenía que registrarlo.

Sequé mi vaso, me despedí y me fui del ‘Maquisapa’.

“¿500 KILOS DE COCAÍNA?”

Una lluvia inusual caía sobre Lima. Acompañado del reportero Ricardo Dancourt, enrumbamos hacia el norte de la ciudad. Antes no existían smartphones, ni Waze ni Google Maps, por eso cargábamos la gruesa guía de Telefónica para ubicarnos entre calles, jirones y avenidas. Pero nuestro chofer era un capo, el gran Carlos Cárdenas. ¡Qué sería de nosotros sin nuestro choferes! A pesar de la distancia, llegamos rápido.

En la comisaria le consultamos al comandante sobre la detención. Muy sorprendido, nos respondió: “¿500 kilos? No, atrapamos a un ‘pata’, pero con 500 gramos”. En ese momento me hirvió la sangre. Había dejado a la hermosa Amy por una falsa alarma. Pero bueno, son cosas que siempre suceden en este oficio. El dato llegó mal a la mesa de información de Panamericana. Y nosotros ya estábamos allí.

Pero esa no es la historia central de esta columna.

LA VIDA TE DA SORPRESAS

Cuando nos retirábamos, de pronto una patrulla llegó con cuatro personas. Un hombre y su esposa, ambos de cincuenta años aproximadamente. Además, otros dos muchachitos tan magullados que parecían que acababan de salir de un ring de box. En realidad, estaban tal golpeados que a uno apenas se le podía ver los ojos y otro temblaba del frío porque estaba en calzoncillos.

Al preguntar a la pareja de esposos, estos contaron que esos dos chiquillos, que parecían estropajos, ingresaron a su casa para robar una gallina con sus ocho pollitos.

Al ser descubiertos, ambos ladrones fueron atrapados y golpeados al extremo por la familia de la casa y los vecinos. El saldo de aquella trifulca fueron dos pollitos muertos.

Ya en la comisaria, con todos los implicados, incluyendo los diminutos cadáveres de los animalitos, la policía dispuso que ambos delincuentes fueran al calabozo de varones y también ¡¡sorprendentemente!! Que la gallina y sus seis pollitos fueran al calabozo de mujeres, porque tenían que esperar a que amaneciera y llegara el fiscal.

Recuerdo claramente cuando el oficial a cargo dijo ante cámara: “Esto es un robo y tienen que estar todos los implicados para el proceso correspondiente. Por eso hemos mandado a los acusados al calabozo y a las gallinas con sus pollitos también. Allí esperarán hasta que llegue el fiscal y se continúe con la diligencia”.

Fue una nota tan singular que todos los noticieros del canal la transmitieron en diversos horarios. Nunca antes una gallina y sus pollitos habían sido enviados a un calabozo como testigos de un acto delincuencial. Esto, incluso, llegó a otros países.

Al final de cuentas, no encontramos un cargamento con 500 kilos de pasta básica de cocaína, pero sí una gallina con seis pollitos arrestados. Y esa es una anécdota que siempre se contaba en el legendario y desaparecido Maquisapa de Petit Thouars. Y era ‘Amy’ quien más disfrutaba.

Nos vemos el otro martes, como siempre por , salgo de comisión.

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