La mañana del domingo 15 de marzo el pánico cundió en el Consejo de Ministros Extraordinario que convocó el presidente . La aún ministra de Salud, Elizabeth Hinostroza, informó que los casos de infectados por el iban creciendo en forma indetenible, como un manto oscuro que empezaba a caer sobre el país.

Solo ese día se habían confirmado 28 nuevos casos de contagiados, ¡la más alta cantidad registrada en un solo día! Hasta ese domingo, el número de infectados, después de practicarse 277 muestras, llegaba a 71 casos.

Lo más grave era que -según dijo la propia ministra- solo teníamos 5 mil pruebas de diagnóstico, aunque luego se dijo que eran 10 mil. Es decir, si los peruanos con síntomas del virus seguían apareciendo a ese ritmo, no tendríamos manera, ni siquiera, de saber si padecían la enfermedad.

No solo eso. Tampoco contábamos con la suficiente cantidad de respiradores artificiales, que se les coloca a las personas que están infectadas gravemente en las Unidades de Cuidados Intensivos. En ese instante se rumoró que el número de esos instrumentos no pasaba los 60, luego se dijo que teníamos 600.

Lo cierto era que, además de tener un sistema sanitario deficiente, no estábamos preparados para enfrentar la plaga si los casos seguían apareciendo diariamente de manera galopante.

“Era una cruda realidad que nos reventaba en el rostro. Muchos pasamos de la sorpresa al espanto. Había que tomar una decisión drástica”, contó a este columnista una fuente palaciega.

Tras esa reunión histórica –que se inició a las 6.30 de la mañana y concluyó por la noche– el presidente Martín Vizcarra, sin titubear y con firmeza, declaró el estado de emergencia en todo el país. Ordenó el aislamiento obligatorio, se cerraron las fronteras y se suspendió el transporte internacional por todas las vías, entre otras medidas.

Existen, sin embargo, varias dudas respecto de cómo, en un inicio, se enfrentó el problema. Específicamente desde el 6 de marzo, cuando el propio mandatario dio a conocer el caso del primer infectado, hasta el domingo 15 cuando adoptó la radical medida. Durante esos 9 días claves, el virus infectó a varias personas en Lima y se propagó hasta el interior del país.

Asimismo, el sorprendente desembarco de la ministra Elizabeth Hinostroza, en plena crisis, se habría originado por desavenencias internas. La ministra manejaba unas cifras y el presidente otras.

En un momento, Hinostroza afirmó que se comprarían 30 mil pruebas rápidas. Después Vizcarra dijo que se adquirirán 1 millón 600 mil. La muerte de un infectado en Miraflores, en donde no tuvo una reacción rápida, determinó su salida. Fue reemplazada por Víctor Zamora, experto en salud pública, pero sus críticos dicen que es más político que técnico.

El Gobierno merece el apoyo total del país por la forma como está enfrentando esta pandemia. Ahora lo aplauden hasta sus más recios opositores políticos.

“Seamos sinceros, unas semanas atrás, la atmósfera general –no solo en el Perú– era la antipolítica. Pero hoy, resulta que el Estado no solo manda sino protege (…) Papá Gobierno ha vuelto”, escribió con acierto el reconocido historiador Hugo Neira.

CHINA Y LA MORDAZA

De otro lado, ya más adelante, el mundo entero le cobrará cuentas al régimen comunista de China, donde se originó la enfermedad.

Pese a que fue detectado en diciembre, los representantes del gobierno chino lo negaron. En la celebración del Año Nuevo, dijeron que la noticia de la misteriosa enfermedad era un rumor, y arrestaron a ocho personas a las que acusó de difundirla.

“Nadie parece advertir que nada de esto podría estar sucediendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es. Por lo menos un médico prestigioso, y acaso fueron varios, detectó este virus con mucha anticipación y, en vez de tomar las medidas correspondientes, el Gobierno intentó ocultar la noticia, y silenció esa voz o esas voces sensatas y trató de impedir que la noticia se difundiera, como hacen la dictaduras. Solo se reconoció la aparición de la plaga cuando ésta ya se expandía”, escribió nuestro Premio Nobel, Mario Vargas Llosa.

Muy cierto, así son las dictaduras. Nos vemos el otro martes.

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